Salud, economía y felicidad
En 2012 fuimos testigos de un discurso político poco habitual, me refiero a la intervención de José Mujica, Presidente de Uruguay, en Rio+20. En esa ocasión, Mujica hizo un fuerte cuestionamiento al actual sistema económico de libre mercado, y la forma como los gobernantes hoy están haciendo política, señalando claramente que “el desarrollo no puede ser en contra de la felicidad, sino al contrario, a favor de ésta”, para rematar diciendo “el primer elemento del medio ambiente se llama la felicidad humana”. Fue un discurso que nos golpeó a muchos por el derroche de honestidad y sentido común ofrecido, y eso se agradece en estos tiempos.
Desde hace unas décadas a la fecha, muchos economistas, sociólogos, psicólogos, psiquiatras, e incluso salubristas se han interesado en el estudio de la felicidad y la han relacionado con distintas áreas, entre ellas la economía y la salud. Ya en el año 1971 los psicólogos Brickman y Campbell concluían en un estudio que “la mejora en la riqueza, en los ingresos y otras circunstancias objetivas de entorno de las personas, no producían efectos reales en el bienestar de las mismas”. Hasta ese entonces se hablaba de bienestar. Hoy en día, y pese a lo complejo que resulta, se han utilizado cuestionarios para poder determinar la felicidad, que entendemos es subjetiva.
Pese a lo que señaló Brickman y Campbell, dentro de un país determinado y en un momento temporal dado, la correlación entre nivel de ingresos y felicidad existe, y es sólida. Es decir, en un país y momento dado, los ricos son más felices que los pobres. Con esa información podríamos señalar que los países más ricos son los más felices, y si bien es una tendencia, no representa una regla, ya que hay países con ingresos per cápita más bajos que otros, pero con índices de felicidad mayores. Según Richard Layard, icono de la economía de la felicidad, “Desde la Segunda Guerra Mundial, el aumento de la renta nacional ha generado, sin duda, cierto aumento de la felicidad, incluso en los países ricos. Pero esta felicidad adicional se ha visto contrarrestada por el aumento de la infelicidad derivada de unas relaciones sociales menos armoniosas”. Por otro lado, en los últimos 50 años, muchos países han duplicado sus rentas, pero la felicidad de la población no sufre modificaciones. Tanto así que en 2006 Di Tella y McCalla concluyeron que al aumentar el PIB en un país, no aumenta la felicidad.
También hay mucha evidencia respecto de cómo repercute el ingreso ajeno en nuestra felicidad. Es decir, podemos tener mucho, pero si vemos que otros tienen más o lo mismo que nosotros, eso afecta nuestra percepción de felicidad. Respecto de lo anterior Layard señala: “Si los ingresos de todo el mundo se incrementaran a la par, nuestra felicidad ascendería, pero sólo dos tercios de lo que lo haría si únicamente aumentaran los nuestros”.
Por otra parte, cuando relacionamos salud y felicidad la evidencia existente también es apabullante. Las personas más felices, en general, sufren menos alteraciones cardio y cerebrovasculares y, como su sistema inmune se refuerza, disminuyen las posibilidades de contraer enfermedades. Un estudio de la Universidad Complutense de Madrid señala que las personas más felices tienen nueve veces menos posibilidades de sufrir de depresión y cuatro menos de padecer de insomnio. El componente social tras el concepto de felicidad es clave. Sin embargo, el ámbito de la medicina ha intentado relacionar algún gen con esto y, por el momento, el que tiene más posibilidades de estar vinculado es el relacionado con la serotonina. Eso explicaría, por ejemplo, por qué quienes hacen deportes son más felices, puesto que luego de una sesión de ejercicios liberas serotonina, endorfinas, oxitocina y otras sustancias que favorecen el bienestar.
Luego de todo lo anterior me parece importante plantear la siguiente pregunta: ¿Cuál debe ser el rol fundamental y prioritario de un Estado? ¿aumentar el PIB o la felicidad de las personas? La respuesta me parece casi obvia, espero no ser el único, y si alguien opina lo contrario, tiene toda la libertad de plantearla en los comentarios de más abajo. Por lo tanto, quienes gobiernan un país deberían plantearse como objetivo: fomentar los factores que influyen positivamente en los niveles de felicidad y tratar de disminuir o evitar totalmente los factores que influyen negativamente en ella. Tan en serio se han tomado eso algunos países, que por ejemplo Bután creo el “Ministerio de la Felicidad”.
¿Sabemos cuáles son los factores que más influyen en la percepción de felicidad y bienestar?, Afortunadamente sí. Si uno se va a revisar cuáles son los elementos que producen más infelicidad se encuentra que en primer lugar están los relacionados con el trabajo, básicamente con la calidad de éste y las circunstancias en las que se realiza. Sólo como dato, hoy en Chile cerca de 800 mil asalariados reciben el sueldo mínimo, lo que significa que alrededor de 3,2 millones de personas viven con éste. Y, además, somos el segundo país de la OCDE que más horas trabaja a la semana.
Como segundo factor relevante aparece la vida familiar armoniosa y las relaciones sociales. Aquí planteo la pregunta ¿Qué vida familiar armoniosa puede tener una persona que sale de casa a las 7 de la mañana y regresa a las 10 de la noche luego de viajar cerca de 3 horas en transporte público? El enfoque de las políticas de trabajo debería estar en compatibilizar la vida familiar, entendiendo la importancia que ésta tiene.
Finalmente la salud, la educación, la vida política y los valores comunitarios aparecen también como relevantes. Nuestro sistema de salud y educacional es tema hace años producto de la tremendas inequidades que ahí se producen. Además de la privatización progresiva de la cual es víctima, por lo tanto no voy a ahondar en eso. Respecto de la vida política en Chile, hace rato los ciudadanos no tomamos más decisiones que acercarnos a una urna cada cierto número de meses. Por otro lado, y lamentablemente, Chile aparece como el país más individualista luego de EE.UU, según un estudio de la Universidad de Sussex, en Inglaterra, que analizó a 36 países. Este último dato no sorprende mucho, ¿o sí?
En abril del 2012, la ONU analizó la creación del PIB de felicidad, y al mismo tiempo se dio a conocer el “Primer informe mundial sobre felicidad”, realizado por la Universidad de Columbia: Chile ocupó el lugar 43, entre 156 países. ¿Cómo mejorar esto? “Promover un sistema educativo menos obsesionado por la idea de que la vida es una lucha competitiva y que asuma y promueva, en la teoría y en la práctica, valores como la confianza, la solidaridad y el altruismo podría ser una buena vacuna contra la infelicidad”, señalo Layard. Y lo comparto plenamente.
El actual paradigma económico de basarse en el PIB, claramente no es suficiente. En todas partes la gente quiere ser feliz, y los Estados, al menos el chileno, no se ha enfocado nunca en aquellos factores que inciden directamente en el bienestar y felicidad de los ciudadanos, y si lo ha hecho, no ha sido suficiente si consideramos que el 40 % de las licencias médicas se explican producto de la depresión. Nos falta mucho aún para demostrar en acciones, que entendimos las palabras de José Mujica en Rio+20. Espero algún día lo hagamos.
Publicado originalmente en Matasanos.
Reproducido en El Mostrador, Le Monde Diplomatique y CEDIP