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Cesáreas en Chie (III): La construcción del temor al parto.




En nuestra primera columna sobre cesáreas en Chile, discutimos la idea de que son las mujeres quienes piden cesáreas en números que justificarían (en parte) las altas tasas de partos quirúrgicos que tenemos en la actualidad, y en la segunda nos concentramos en la toma de decisión planteando la discusión sobre ¿quién decide la vía del parto?. Hemos planteado que en una encuesta aplicada en el marco del proyecto FONIS SA13I20259 en 2014, solo un 6,6% de las 396 mujeres (todas con al menos una cesárea) señaló que la cesárea fue por solicitud materna, y que más de la mitad de ellas señaló que el motivo de dicha solicitud fue temor o miedo. Y no son sólo las mujeres que piden cesáreas las que sienten miedo, sino que gran parte de las mujeres en nuestra cultura lo comparten. Analizando las entrevistas cualitativas realizadas a mujeres gestantes y puérperas en el mismo estudio, encontramos el miedo como lugar común, y es de lo que hablaremos en esta tercera columna.


Pero ¿a qué le temen las mujeres? Al parto mismo. ¿Por qué? Porque hemos construido y reproducido una imagen del proceso de gestación, parto y nacimiento como cargados de patología, riesgo, dolor y sufrimiento.


Vamos por partes, y hagamos un poco de historia. La noción de que las mujeres son versiones enfermas, degradadas o defectuosas de los hombres se remonta al paraíso bíblico. Eva fue creada de la costilla de Adán, y luego castigada a vivir embarazos fatigosos y partos dolorosos por comer de la fruta prohibida. Jehová Dios “a la mujer le dijo: tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos, con dolor parirás los hijos. Hacia tu marido irá tu apetencia, y él te dominará (Génesis, capítulo 3, versículo 16). En el pensamiento occidental, el hombre representa la perfección, el vigor y la salud. La mujer es un hombre débil e incompleto. Un claro ejemplo de ello se encuentra en las primeras láminas anatómicas de la naciente biomedicina, que datan del siglo XVI, donde los órganos sexuales femeninos eran representados con la figura invertida de un pene hacia el interior del cuerpo femenino, como la ausencia de pene. Antropólogas como Emily Martin y Robbie Davis-Floyd han analizado el poder del lenguaje médico para mostrar cómo el uso de palabras cargadas negativamente para describir los procesos corporales femeninos permea la sociedad y contamina las percepciones individuales sobre el cuerpo. La menstruación es descrita como degeneración, declinación, pérdida, desgaste, debilidad, deterioro, destrucción y mutilación del cuerpo; la menopausia como declinación ovárica, pérdida, desbalance hormonal. La gestación y especialmente el parto son descritos como procesos muy riesgosos y se asocian a enfermedad (pensemos que en nuestro país, hablamos de mejorarnos cuando nacen nuestros hijos). Se reproduce la idea de que para parir se requiere siempre del uso de intervenciones y de tecnología, como si no fuera posible hacerlo sin su utilización. Y en rigor, la tecnología debería estar al servicio de los casos excepcionales en que es necesario intervenir.


Los medios de comunicación nos muestran al parto como un evento que requiere de intervenciones, impredecible, que la mayoría del tiempo sucede muy rápido y presenta complicaciones. La imagen de la fuente de agua que se rompe en un lugar público y todos corren o conducen a gran velocidad a la maternidad es lugar común en series y películas. Las noticias de partos con complicaciones y cuyos resultados son dramáticos son comunes en la prensa, pero poco se dice de los miles de partos que ocurren sin complicaciones ni emergencias. Hemos creado nuestra propia mitología occidental del parto, plantea la antropóloga británica Sheila Kitzinger: el drama de este mito está en la emergencia médica, la ambulancia a toda velocidad, la batalla de un equipo médico por combatir la muerte. Hay monitores cardíacos, operaciones cesáreas, hemorragias masivas, resucitación de la mujer y del bebé. Es un drama que alimenta los temores inherentes al modelo médico de atención, que condiciona a las mujeres embarazadas a someterse a su ritual. Se propagan así muchos mitos y concepciones erróneas sobre el parto; las niñas y mujeres crecen en un contexto que no proporciona otras fuentes más adecuadas de información sobre el proceso de nacimiento como uno normal y fisiológico.


Lo que nuestro contexto sí le proporciona a las mujeres, son historias de partos, lo que podíamos llamar relatos de segundo orden, es decir, experiencias de partos de mujeres pertenecientes al círculo cercano como madres, amigas o hermanas. Las mujeres transmiten sus experiencias de partos enfatizando la intervención obstétrica y los atributos del dolor y sufrimiento. “Ayer hablaba con una (madre), que su parto había sido malo”, y le había relatado una historia de muchas intervenciones, donde se sintió maltratada. Otra mujer relata que “entonces empiezas a escuchar y te vas con todo eso al parto, ¿me irá a hacer efecto la anestesia?, ¿cómo iré a quedar?, porque todos te empiezan a contar, uno viene yo creo con mucha carga.” “La gente cuenta cada historia que es terrible, que vas a sufrir tanto con el parto, es el dolor más grande de la vida. Yo no sé por qué hacen eso”, plantea una obstetra entrevistada. Hacen eso porque es lo que han visto, lo que han escuchado, porque nos hace sentido cultural esta configuración del parto. Se reproduce y mantiene viva en la enseñanza de las carreras de la salud, en los medios de comunicación, en las historias de mujeres; influyendo en el imaginario de parto que construyen las gestantes y por tanto en la confianza y seguridad al momento de enfrentarse al nacimiento.

Los estudios comparativos en antropología nos permiten ver que hay culturas donde el temor al parto no es tema central, a diferencia de la nuestra. Donde la gestación y parto son concebidos como eventos fisiológicos y normales, que muy rara vez devienen en complicaciones. En estos contextos la cesárea por solicitud materna es muy poco usual. En nuestro contexto se está haciendo más usual, y una de las razones es el temor al parto. Tememos a la patología inherente al proceso, al riesgo, y pensamos que la cesárea es más segura. Tememos al dolor del parto y pensamos que la cesárea está exenta de dolor.


Tememos al sufrimiento durante el parto, y pensamos que la cesárea nos libra de dicho sufrimiento. (En las próximas columnas nos ocuparemos del tema del dolor, sufrimiento y violencia obstétrica, que contribuyen a la construcción del temor al parto).


“Yo no me imagino el parto ideal, yo me imagino el peor de los partos” dice una de nuestras entrevistadas. ¿Qué tipo de parto nos gustaría imaginar a nosotros?

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